Una de las creencias más sólidas de nuestra sociedad es que somos más felices si tenemos libertad de elección. El capitalismo, con sus supermercados llenos de coloridos productos ganó la batalla –gracias a la televisión – al comunismo donde los productos eran escasos y de colores grises y aburridos. Esta libertad de elegir hoy en día, ante por ejemplo un teléfono móvil, implica considerar 15 marcas y decidir entre más de 40 modelos. En el caso de un coche un comprador dispone de 100 marcas, con sus modelos, versiones y equipamientos que dan lugar a cientos de miles de posibilidades. Si uno quiere facilitar el proceso eligiendo un coche nuevo modelo, puede frotarse las manos, en los próximos meses hay previsto que salgan al mercado 150 modelos, entre nuevos o renovados. Hace poco fui a comprar un ordenador portátil y en la tienda había 7 marcas que usan 5 tipos de procesadores y se presentan en 5 tamaños de pantalla, lo que se convertía en 480 portátiles entre los que elegir (contados en su web). La libertad de elección es una realidad, no cabe duda.
Pero una cosa es la creencia de que la libertad de elección proporciona la felicidad y otra la experiencia. Si tomamos conciencia de cómo se viven estas decisiones podemos observar varias sensaciones no tan agradables como se esperaría. Primero surge la duda, que puede ir acompañada de parálisis y un fuerte deseo de dejar el tema para otro día, y juntarse a todo lo que uno tiene pendiente pero no se decide. Si se supera la duda y se elige una opción, puede aparecer el miedo de no tener suficiente información o no estar tomando la decisión más correcta (por ejemplo, en un portátil, ¿Qué es mejor; que sea más bonito o un mejor procesador o la garantía de buena marca???. A menudo esta fase se supera con la ayuda del vendedor que nos confirma en la elección (esto es típico de sommeliers de restaurantes de postín, cuando ante una gama de vinos imposible de abarcar , responde a nuestra elección con el habitual “magnífica elección señor”). Por ello, cuando uno, al final se encuentra con el producto, sea el vino, el teléfono o el ordenador, casi nunca supera las expectativas creadas y puede aparecer una sensación de culpa por no haber tomado una decisión mejor, ¡entre tantas opciones!. Incluso vuelven las dudas, ahora sobre si debería devolverlo y volver a pasar por todo el proceso de nuevo (con más culpabilidad, por la pérdida de tiempo) o simplemente tirar para adelante (con cierta ansiedad por los nuevos inconvenientes que pueden surgir). Luego aún queda el peligro de “¿Qué pensarán mis amigos o colegas cuando vean que me he comprado un ……. ?”.
Aunque la idea de tener libertad de elección es muy atractiva ya que nos hace sentir poderosos, a partir de cierto nivel de complejidad, la disponibilidad de opciones se convierte en una trampa emocional que origina bastante insatisfacción mediante estos tres mecanismos de la mente: la ansiedad antes de elegir (o antes de ver como funciona), la pérdida que supone no poder volver atrás y la culpabilización sobre el resultado.
Por si fuera poco, cada año nos vemos obligados a tomar más y más decisiones con un creciente nivel de complejidad. Cuando yo era pequeño solo había un teléfono, el de la casa/oficina, que se alquilaba a una única empresa (quizás por ello no se rompía) ahora hay multitud de aparatos, compañías y contratos, que por si fuera poco, cambian constantemente las tarifas para “adaptarse al mercado”, convirtiéndose esa decisión en una pesadilla. Lo mismo ocurre en otros campos, como la salud o los ahorros del banco, todo se va haciendo cada vez más complejo y cada vez hay que tomar más decisiones.
Pero volvamos al tema inicial ¿Realmente la felicidad está en poder elegir? , quizás ahora no está tan claro. Pongamos una nueva proposición ¿Ayuda la práctica de Mindfulness en el proceso de toma de decisiones complejas?. A partir de mi experiencia y de forma breve identifico 4 beneficios: Primero reducir la ansiedad y la culpabilización, desactivando procesos de rumiación. Segundo disminuir la impulsividad o la parálisis en las compras, ambas reacciones al malestar, favoreciendo procesos de compra más conscientes, que integren las necesidades y no los deseos. Tercero, aceptar el hecho de que cualquier decisión supone una renuncia, reconociendo que es imposible maximizar/optimizar toda elección. Ello implica permitirse, en ciertos ámbitos de la vida, confiar en la intuición, que es muy rápida, y dejar para otros casos el lento, pero riguroso análisis. Cuarto, delegar y limitar deliberadamente las posibilidades de elección, como Obama que solo viste de gris o azul y así deja su mente disponible para otras decisiones más importantes, como el que solo compra dentro de una marca.
Estos son solo algunos beneficios que yo veo, aunque lo interesante es que cada cual aplique Mindfulness a su proceso de toma de decisiones y saque sus propias conclusiones. Para los que quieran saber más, en la red hay una interesante presentación de una profesora Yugoslava que explica como la libertad de elección que hablamos estaría evitando la transformación social. Además hay una charla TED del genial Barry Schwartz sobre el tema:
Las buenas noticias son que, como hay que tomar muchas decisiones que tomar, en el trabajo y en la vida, hay muchas ocasiones para darse cuenta y practicar el Arte de “Tomar decisiones con Plena Conciencia” Asi podemos vivir una vida consciente, sin dejar que la complejidad del sistema acabe con la felicidad de vivir.
Con mis mejores deseos
Andres Martin Asuero
Muy interesante. Me gustaría estar informada.
Gracias por tu interés Ramón, de forma explicita no ya que esta implicito en nuestros cursos de Mindfulness